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¿Alguna vez te has preguntado cómo es la vida de las personas en otro país, en otra ciudad o en otra cultura? ¡Seguramente que sí! Esto ocurre porque eres un humano. A todos los seres humanos nos gusta husmear sobre la vida de otros, y los hacemos por diferentes motivos aprovechando de manera especial aquellas perfectas oportunidades en las cuales nos encontramos frente a alguien absolutamente distinto a nosotros. Esta cuestión se vuelve aún más interesante cuando nos damos cuenta de que eso tiene todo que ver con nuestra labor como intérpretes del patrimonio cultural. Ahora te cuento por qué. El husmear, te he de decir, en realidad está en nuestros genes. La necesidad de conocer cómo viven otros o cómo hacen para solucionar los problemas, (¡o cómo a veces se meten en problemas!) es solo una parte de ello. Los humanos… ¡somos chismosos por naturaleza! Y claro, esta cualidad la solemos satisfacer de muchas maneras que nos acercan a conocer otras vidas tanto en la vida real como en la imaginación: “parando la oreja” cuando alguien al lado nuestro (desde el transporte público, un hospital, ¡o incluso un funeral!) comienza a hablar con otra persona contándole sobre algo que le está pasando; viendo películas o series de televisión; leyendo novelas; o claro, asistiendo a lugares en donde expresamente hay posibilidades de encontrarnos con gente distinta a nosotros o que tiene interesantes historias de su vida para compartirnos, como los lugares donde se conserva o se exhibe el patrimonio cultural.
En cierta medida conocer la vida de otros nos ayuda a expandir nuestra propia experiencia humana, porque experimentamos en nuestra mente lo que viven otros,
llegando en algunos casos a juzgar negativamente o a empatizar con su actuar. Si no, ¿de qué otra manera podríamos explicar las lágrimas que nos provocan historias escritas en algunas novelas, o la alegría compartida con un personaje de película cuya historia mueve nuestras emociones? Pero eso no es todo. A veces, el conocer historias ajenas nos ayuda a darnos cuenta de que hay personas o grupos humanos que viven cosas que se parecen a las que vivimos, a pesar de nuestras diferencias. También, por increíble que parezca, algunas historias pueden llegar a alimentar la sensación de esperanza cuando vemos cómo algunas personas han salido de situaciones difíciles, similares a las que tenemos, de alguna u otra manera. En pocas palabras, cuando conocemos la vida de otras personas o sus historias aprendemos, conocemos, (a veces juzgamos), pero en gran medida, apreciamos la creatividad humana, nuestra capacidad de adaptarnos a circunstancias increíblemente diversas.
Posiblemente todo ello sea parte de las razones por las cuales muchas personas viajan hoy en día a otros países, aprenden otros idiomas y… por supuesto, asisten a museos de patrimonio cultural, a sitios arqueológicos o a lugares históricos. Muchos de estos lugares son posibilidades de curiosear (un poco desde una cierta zona de confort, que es la tranquilidad que da tener el lugar de observador), de saber cómo otra gente entiende la vida y la muerte, qué comen y cómo se relacionan entre sí.

La curiosidad por la vida de otros ¡ocurre a todas las edades! Quinta Gameros, Chihuahua.
Te voy a contar una anécdota profesional que encuentra muchísimo sentido en lo que hemos comentado: desde que un arqueólogo inicia su carrera profesional, como estudiante, hasta que entra de lleno años después en su profesión, no son pocas las personas a quienes conocemos fuera de nuestro gremio. ¿Qué estudias? ¿a qué te dedicas? Puede ser una pregunta de una interacción inicial. “Soy arqueólogo, o arqueóloga”. Si eres arqueólogo o arqueóloga seguro estarás familiarizado con la reacción de la gente: ¡qué interesante! (aunado a otras como las que nos llevan a relacionar sitios arqueológicos con ovnis; la creencia de que estudiamos dinosaurios; o alguna solicitud para que verifiquemos si algo “es o no es bueno” (en referencia a la autenticidad de materiales arqueológicos).
Lo que nos interesa a los intérpretes, sin embargo, es solo la primera de las reacciones, que verdaderamente es bastante común. Las personas consideran a la arqueología como algo “muy interesante”, debido a que resguarda lo que en otro lugar llegué a nombrar “los dos súper poderes de los arqueólogos”: desde la imaginación de las personas, podemos viajar al pasado, y podemos preguntar cosas a los muertos. ¡Grandes poderes! ¿no te parece? Suena muy cómico seguramente, pero la realidad es que los métodos de la arqueología pueden permitirnos saber cosas que pasaron hace mucho tiempo en lugares donde de toda esa gente que allí vivió solamente quedan algunos fragmentos de los objetos que utilizaron. Los sitios arqueológicos son un lugar perfecto para curiosear sobre la vida de otros, en lugares distantes y/o en referencia a personas que se murieron hace mucho tiempo.
"Posiblemente todo ello sea parte de las razones por las cuales muchas personas viajan hoy en día a otros países, aprenden otros idiomas y… por supuesto, asisten a museos de patrimonio cultural, a sitios arqueológicos o a lugares históricos."
Antes de cerrar con el punto, te comparto que hay algo más: ¿sabes cuál es el principal de las curiosidades que la gente tiene cuando ingresa a un lugar antiguo? Desde hace un par de décadas, hemos desarrollado algunos estudios de públicos en sitios arqueológicos, porque como intérpretes del patrimonio arqueológico nos hemos interesado en conocer qué piensa la gente del patrimonio y de la gente del pasado, antes de presentarles la información sobre lo que sabemos. ¿Qué te gustaría saber sobre este lugar?, preguntamos, por ejemplo, en Palenque o en Teotihuacan, dos de los sitios arqueológicos más famosos de México. La respuesta de la gente es abrumadoramente… simple. Por supuesto que no se interesa en etapas constructivas, ni en estilos cerámicos diagnósticos, ni tampoco los patrones de distribución de materiales arqueológicos en el espacio, que suelen algunas de las grandes pasiones de los arqueólogos. No. Ellos y ellas piensan, y nos escriben a quienes hacemos estos estudios: “me gustaría saber cómo vivían”. Curiosidad por la vida de otros. Hambre de expandir la experiencia humana. Eso, es lo que nos regalan estos testimonios.
¿Y qué hacemos los intérpretes al respecto? La realidad es que pareciera que tenemos un banquete listo, puesto, hermosamente atractivo. Tenemos historias de seres humanos que habitaron en esos lugares históricos, arqueológicos, o que crearon o utilizaron objetos que son exhibidos en museos sobre patrimonio cultural o sitios de interés cultural. Además, tenemos una multitud de personas queriendo conocer la vida de quienes vivieron allí, o crearon, o utilizaron esos objetos exhibidos en los museos. Lo único que hay que hacer, es conectar. Ayudarle a la gente que vino (a ser inspirada por el recurso, dirían Beck y Cable en uno de sus principios), a conectarse con los objetos a través de lo que éstos tienen para aportarle a su experiencia humana.
Sin embargo, el escenario más triste es uno que ya bastante conocemos: en lugar de dar al público lo que quiere, que es la información relevante y significativa (alguna que otra respuesta a la pregunta de tipo ¿cómo viven o vivían aquí?), le quitamos el ánimo y comenzamos a hablarle de las medidas de los edificios, las fechas que enmarcan los períodos, los rasgos distintivos. En corto, hablamos de cosas y de rasgos sobre esas cosas.
Si en lugar de hablar de cosas respondiéramos a las preguntas de nuestros visitantes, no solamente brindaríamos una experiencia podría ser más relevante y significativa, mucho más interesante. La proclama de esta perspectiva es solo una: ¡por favor, hablemos más de gente, y menos de objetos! Además de beneficiar a nuestra audiencia, este cambio también nos puede ayudar a conservar los patrimonios, estas tan mencionadas “cosas”. Si en la interpretación del patrimonio nos enfocamos absolutamente en las personas que construyeron o que vivieron en ese lugar, con esas cosas (monumentos, artefactos, etcétera), en lugar de forzar a los objetos a que tengan sentido por sí mismos y desconectados de la humanidad que los produjo, estaremos llegando al banquete aprovechando absolutamente todo lo que hay sobre la mesa.
Pensemos un poco en el poder de las historias humanas para expandir la experiencia humana; en el hambre que solemos tener los seres humanos por conocer a otros seres humanos, y encontremos en los objetos una oportunidad de compartir
historias de humanos a otros humanos, de conectar gente con gente. Así, tal y como nosotros le presentaríamos una persona a otra, con interpretación podemos presentarle gente o grupos enteros de gente, agrupados en sociedades y culturas, (que crearon o utilizaron objetos o elementos en el pasado o incluso que los utiliza hoy en día en otro lugar), a otra gente (que vino a un museo, un sitio o un lugar de patrimonio cultural). El objeto se puede convertir en un maravilloso testimonio de ese encuentro, y si es exitoso el programa, la audiencia puede llegar a valorarlo por el poder de evocar a una historia importante, interesante y significativa, ¡provocando el interés por el cuidado y la conservación del objeto! Desde esta perspectiva, los intérpretes comenzamos viendo gente en los objetos. En ese momento, si es que aún no lo haces de manera cotidiana, te invito a que lo intentes. Pronto reconocerás que viendo más gente y menos objetos, todas tus propuestas interpretativas sobre patrimonios culturales podrán mejorar.
Para saber más
Jiménez, Antonieta (2021) “Interpretación del Patrimonio Cultural: el arte del presentar gente a otra gente”, en: CR Conservación, Número 19, Ciudad de México: INAH, México. https://revistas.inah.gob.mx/index.php/cr/issue/view/2115